Y qué, entonces.
La imagen decía más de 1000 palabras, y la palabra hablaba
de cosas invisibles. Con el verbo dio alma a la forma, matiz al color, vida a
la naturaleza muerta. Las palabras eran objetos, insectos voladores, pecas en
la carne, arañazos en los espejos, grietas en el árbol.
Las palabras parecían gotas de lluvia aparcadas, o
charcos. Las letras llovían sobre paraguas. Las letras estaban en las ropas, en
los collares, en los puzzles. Se hilvanaban y hacían siluetas, jaculatorias,
caligramas.
La imagen, entonces, era la imagen que quería
habitar el poema, la ciudad del sol, el estanque de los patos. Las letras
bullían en los crucigramas, aplastadas en el periódico, se aventaban en la
publicidad que- demoníaca- había descubierto antes la persuasión de la belleza.
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